No pocos líderes buscan la admiración de la gente y se quieren volver omnipresentes en todos los asuntos de la obra.
Quieren ser vistos incesantemente y ser valorados por su labor incansable. Pero si eso representa días extra fuera de casa, horas robadas a la familia para invertirlas en reuniones, celebraciones o juntas que pudieran haberse delegado, las afectaciones serán demasiadas y los perjuicios mayúsculos.
Ningún éxito se disfruta tanto como cuando se celebra con los seres amados. Vale la pena buscar una estrategia que nos permita brindar el mejor esfuerzo en el desarrollo del cargo, a la vez que propiciamos la convivencia hogareña consistente. El equilibrio será la clave.
Los cargos no son eternos, sino pasajeros. Los presentes líderes sustituyeron a los anteriores y serán sucedidos por los que vienen en camino. Cada vez es menor el lapso de sucesión generacional en las funciones directivas. Así que tenemos que ser sabios y aprovechar bien el tiempo. No será prudente desperdiciar la gloriosa oportunidad de servir en una posición de privilegio. Apreciemos la unción divina, cumplamos con gozo la misión delegada, hagamos de nuestro paso por los puestos una experiencia productiva y deleitante. Entremos y salgamos con honor, por la gloria de Dios, el bien propio y el de la organización.
